Es como El conde de Montecristo, pero en los Hamptons.
Emily busca venganza por la encarcelación y prematura muerte de su padre.
Se compra una casita cerca de la playa, y de sus jurados enemigos, los Grayson (puro Sun Tzu), y empieza a maquinar la manera de hacerles pagar por lo que hicieron: traicionar y acusar falsamente a su difunto, y totalmente honesto e inocente, padre.
Y esta chica, guapa, rica, con poderes ninja, mas lista que el hambre, como diría Budd, se merece su venganza, y los Grayson se merecen sufrir.
No se si son sus villanos de la alta sociedad, esos Grayson tan estereotipados que
dan casi risa, (con una retocadísima Madeleine Stowe como la reina abeja, moviendo los hilos de todos), o su trama puro culebrón lleno de intriga, mentiras,
traiciones, falsas identidades y asesinatos, esto me ha enganchado mala cosa.
Yo la empecé a ver, no se la razón, no es ciencia ficción, ni fantasía, y desde luego, no es una de esas procedimentales policiales, de las que siempre me quejo, pero acabo tragándome. A medida que pasaban los capítulos cada vez estaba mas intrigada, con el juego de espías que se llevaba Emily entre manos, eso de enamorarse, querer tirarlo todo por la borda, para luego volver a caer de lleno en el lado oscuro, ¡y cómo me gustó eso!
Hace unas semanas, cuando terminó la primera temporada, un escalofrío recorrió mi espalda, porque no tendría mi ración de Revenge semanal por unos laaaargos y eteeeeernos meses.
Es que ver a Emily, en el último capítulo, subir a esa caravana, para salvar a su mejor amigo (alguien acaso dudaba que no lo era), casi casi me llevó de lleno al histerismo total.
Y verla enarbolar el hacha de la venganza, fue de una catarsis suprema.
Emily es un ninja, es el conde de Montecristo, ¡es Batman!
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