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lunes, 22 de noviembre de 2010

The Big C, o cómo Cathy aprendió a aceptar la ayuda de los demás

Recapitulemos, allá, en los lejanos calores del verano de agosto, Showtime emitía el piloto de otra de sus atípicas series, Cathy, una ama de casa de las típicas y tópicas averigua que tiene cáncer, solo le queda un año de vida, y con kilos y kilos de humor negro decide tomarse el tiempo que le queda haciendo cambios, que afectan a su marido (le echa de casa, el pobre hombre no sabe porque), a su hijo (se convierte en su pesadilla al empeñarse en educarlo como la diosa manda), a su hermano (que vive sin techo bajo un puente, y que no deja de recibir sus visitas), a su vecina de enfrente (una autentica cascarrabias, con, en el fondo, un corazón de oro).
La forma de ver a los demás, bajo la perspectiva que da su enfermedad, hace que Cathy conozca nuevos puntos de vista y nuevas experiencias, una alumna cínica (casi tanto como ella) acepta su amistad reluctante, también se hace amiga de su médico personal, un encantador, educado y guapo doctor, que queda impresionado por Cathy, la primera paciente a la que tuvo que anunciar sus cortas expectativas de vida. Ella comienza su andadura sola. Pero no lo está. Y a lo largo de la serie, se va dando cuenta de ello.
Empezó empeñada en construir una piscina en su jardín, una piscina como metáfora de ilusiones y tiempos mejores, y a pesar de todo, su sueño no ha cambiado, y en este final de temporada, mas que nunca, sentimos que los sueños pueden hacerse realidad. Lo sentimos, pero esperaremos a verlos en la segunda temporada.
Y si hablo del capitulo final, destaco, muy a mi pesar, porque siempre fue el personaje menos interesante, esa escena desgarradora, cuando Adam se da cuenta de que su madre no va a estar con el para siempre. Yo también he roto a llorar.
Showtime, por fa, por fa, renueva ésta, que Laura Linney es una de las mejores actrices que hay en televisión, y no podemos perderla.

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