Recapitulemos, allá, en los lejanos calores del verano de agosto, Showtime emitía el piloto de otra de sus atípicas series, Cathy, una ama de casa de las típicas y tópicas averigua que tiene cáncer, solo le queda un año de vida, y con kilos y kilos de humor negro decide tomarse el tiempo que le queda haciendo cambios, que afectan a su marido (le echa de casa, el pobre hombre no sabe porque), a su hijo (se convierte en su pesadilla al empeñarse en educarlo como la diosa manda), a su hermano (que vive sin techo bajo un puente, y que no deja de recibir sus visitas), a su vecina de enfrente (una autentica cascarrabias, con, en el fondo, un corazón de oro).
La forma de ver a los demás, bajo la perspectiva que da su enfermedad, hace que Cathy conozca nuevos puntos de vista y nuevas experiencias, una alumna cínica (casi tanto como ella) acepta su amistad reluctante, también se hace amiga de su médico personal, un encantador, educado y guapo doctor, que queda impresionado por Cathy, la primera paciente a la que tuvo que anunciar sus cortas expectativas de vida. Ella comienza su andadura sola. Pero no lo está. Y a lo largo de la serie, se va dando cuenta de ello.
Empezó empeñada en construir una piscina en su jardín, una piscina como metáfora de ilusiones y tiempos mejores, y a pesar de todo, su sueño no ha cambiado, y en este final de temporada, mas que nunca, sentimos que los sueños pueden hacerse realidad. Lo sentimos, pero esperaremos a verlos en la segunda temporada.
Y si hablo del capitulo final, destaco, muy a mi pesar, porque siempre fue el personaje menos interesante, esa escena desgarradora, cuando Adam se da cuenta de que su madre no va a estar con el para siempre. Yo también he roto a llorar.
Showtime, por fa, por fa, renueva ésta, que Laura Linney es una de las mejores actrices que hay en televisión, y no podemos perderla.
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