Sí, he ido a ver esta peli.
La cosa ha ido así.
Yo quiero ir y nadie quiere venir conmigo, que si será un auténtico truño, que si será como Transformers, mucho efecto especial y nada de chicha...
Y yo ni caso, porque todavía me dura el cuelgue de Peter Berg con su Very Bad Things (la película con mas mala leche he he visto), y oír la palabra alienígenas es como música en mis oídos ansiosos de ciencia ficción, cualesquiera que sea su formato.
Así que llega el lunes y mi cita cinéfila con mi madre.
Ella me pregunta que si hacen algo interesante para ver juntas, y yo le digo que no sé, y que hay una peli que nadie quiere ver conmigo, de ciencia ficción.
¿Y de qué va?
Pues de barcos y alienígenas.
¿Alienígenas? Pues vamos a verla.
Mamá, que será muy mala, seguro.
Hija, ¿no sabes que yo ya miraba Star Trek antes de que tu nacieras?
Y entonces me acuerdo de que también le gustan las pelis de superhéroes y las de viajes en el tiempo, y me doy cuenta... alienígena también es una palabra mágica para ella.
Nop, el gorrión nunca cae lejos del nido.
Así que entramos a verla, y a pesar de ese guión predecible y sin mucho sentido, de sus diálogos manidos, de esos personajes estereotipados, de un montón de efectos especiales y nada de chicha, de las escenitas llenas de americanadas y patriotismo sonrojante...
A pesar de todo esto, las dos salimos riendo del cine, comentando lo entretenida que ha sido, lo buenos que eran los buenos, y lo malos que eran los malos (ja, ja), qué mono era el prota (y Alexander Skarsgård también), que cómo nos gusta Liam Neeson aunque solo salga cinco segundos, que la chica de la peli era un poco estilo Barbie, y que el astrofísico informático era supergracioso.
Creo que a los cinco minutos ya la habíamos olvidado.
Sí, es un truño.
Pero, ¡cómo quiero a mi madre!
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